martes, 27 de octubre de 2009

Pio Baroja

Pío Baroja nació en San Sebastián en 1872 y murió en Madrid en 1956. Estudió Medicina y se doctoró con una tesis sobre el dolor, pero ejerció esta profesión durante muy poco tiempo puesto que se dedicó a hacer lo que a él realmente le gustaba: observar la vida y retratarla en su obra literaria. Pío Baroja es el novelista por excelencia del 98, que influido por Nietzsche y Schopenhauer, hace que su literatura se configure como una gran negación del mundo. Debido al pesimismo existencial y al escepticismo que le caracterizan, su obra se basa en un tono amargo y decepcionado y es frecuente que los personajes se sientan desorientados y fracasados, como así ocurre en algunos párrafos de sus novelas. Baroja entiende ésta como un género abierto, donde cabe todo y que permite al novelista actuar con total libertad, y sostenía además que, a diferencia de sus coetáneos del 98, escribía sin tener un plan determinado a seguir, sino que se apoyaba en la improvisación y se dejaba llevar por la intuición. No obstante el estilo barojiano ha sido cuestionado por varios autores en multitud de ocasiones ya que se considera apresurado, nervioso, espontáneo, trazado a pinceladas… Entre las cualidades de este autor sobresalen por encima del resto su perspicacia para retratar un ambiente con breves y precisas descripciones, el dinamismo de la acción y sobre todo la vivacidad de sus diálogos, cuya variedad de registros idiomáticos caracteriza admirablemente a sus personajes. La popularidad de sus relatos ha alcanzado, por otro lado, áreas de lectores infrecuentes y así, una buena parte de su obra desbordó los intereses del público habitual de clase media. Baroja considera que su obra narrativa solo se ha visto influenciada por los escritores rusos del siglo XIX y por Edgar Allan Poe, puesto que salvo Moliere todos los demás le parecen antipáticos, al igual que otros como Goethe.
Así pues, su obra narrativa está dividida por él mismo en trilogías de agrupación frecuentemente arbitraria, o por la distancia cronológica de sus obra s o incluso por disparidades temáticas. Al margen de esa clasificación parece evidente la distinción entre dos grandes etapas. La primera de ellas, de marcada creatividad y variedad, incluye las mejores creaciones del escritor. En Camino de perfección (1902) y en El árbol de la ciencia (1911) logró a través de sus dos protagonistas, Fernando Ossorio y Andrés Hurtado arquetípicas etopeyas generacionales que han recibido a posteriori multitud de análisis a destacar. En cambio en la muy unitaria trilogía de La lucha por la vida (La Busca (1904), Mala Hierba (1904) y Aurora Roja (1905)) anduvo muy cerca de lograr la perfecta novela revolucionaria al reflejar la peculiar vitalidad del mundo marginal madrileño entre el “lumpen”, la pequeña burguesía desclasada y el naciente proletariado. Otra de sus más destacadas trilogías es Tierra Vasca donde destaca además de La casa de Aizgorri y El mayorazgo del labraz, Zalacaín el aventurero, una novela alegre y esperanzada de 1909, donde abunda el romanticismo y la ternura y que es además un canto a la libertad en el que no falta el amor entre Zalacaín y Catalina.
También destacaron aparte de las ya citadas, La Raza, trilogía que incluye las novelas de La dama errante de 1908, La Ciudad de la niebla de 1909 y la anteriormente citada El árbol de la ciencia de 1911. Dentro de la trilogía El Mar podemos encontrar Las inquietudes de Santhi Andía (1911), El laberinto de las sirenas de 1923 y La estrella del capitán Chimista (1930).
Por último destacar que los años finales de Baroja no tiene otra creación de interés que sus propias memorias (Memorias de un hombre de acción, Desde la última vuelta del camino) ya que para aquel entonces todos los mundos de Baroja habían muerto, sobre todo, el más importante, el de su propia imaginación.

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