miércoles, 28 de abril de 2010

Los años setenta: nuevas formas dramáticas

Hacia 1970 irrumpe en la escena española un grupo de dramaturgos que se proponen superar las limitaciones esteticas del realismo, incorporando corrientes experimentales extranjeras: teatro del absurdo, living theatre, underground, etc.

Estos dramaturgos son Francisco Nieva, Fernando Arrabal y Miguel Romero Esteo. Desde el punto de vista estetico, coinciden en considerar el texto dramatico solo como base de la creacion teatral, utilizar un lenguaje poetico-alegorico de filiacion vanguardista, presentar a los personajes bajo una apariencia simbolica y conceder gran relevancia a los codigos de comunicacion sonoros y visuales.

3.1. Francisco Nieva
· Teatro furioso: Pelo de tormenta (1971)
· Teatro de farsa y calamidad: Catalina del demonio (1988)
· Teatro de cronica y estampa: Sombra y quimera de Larra (1976)

3.2. Fernando Arrabal
Se caracteriza por la audacia formal, la virulencia del lenguaje y el espiritu provocador de sus obras.

Quevedo, Goya, Valle-Inclan, ''Ramon'', los surrealistas, los dadaistas, el teatro de la crueldad y el del absurdo han influido en su escritura y vision anarquizante del mundo. Arrabal es uno de los maximos exponentes del ''teatro del panico'', surgido en Paris en 1962. Por panico se entiende una manera de ser presidida por la confusion y el humor. Se caracteriza por el rechazo del orden y los valores de la burguesia, la denuncia de la opresion, la incomunicacion y el sentido de la vida.

- Pic- Nic
- El cementerio de automoviles
- El strip-tease de los celos (1963)

3.3. Los grupos de teatro independiente y teatro alternativo
La renovacion teatral la hacen grupos de teatro independiente, que crean textos propios, hacen montajes colectivos y actuan fuera de los circuitos comerciales. Los Goliardos (Madrid), Els Joglars, Dagoll Dagon, Els Comedians (Cataluña).

Por otra parte, en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, comenzaron a realizar un importante papel las salas del teatro alternativo, de aforo reducido y de precio mas asequible, en las que actuan compañias de presupuesto modesto, aunque no necesariamente de inferior calidad.

El teatro en los años 50 y 60

Desde finales de los cuarenta hasta mediados de los cincuenta surge un teatro de caracter existencial, que trata de reflejar las vivencias, estados de ánimo e inquietudes de los españoles en la inmediata posguerra. Sus autores más representativos son Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre.
Ambos escritores van a encabezar una nueva tendencia teatral, la del realismo social.

2.1. El teatro del realismo social

su objetivo es mostrar la verdad e intervenir en la vida española, moviendo al espectador a reflexionar y a buscar soluciones.

Antonio Buero Vallejo
El papel excepcional que desempeñó en el teatro de posguerra es doble. Por una parte, le devolvió la función testimonial, social y moral que otros autores, más proclives a la evasión, y por otra, actualizó el género trágico. Historia de una escalera marcó en este doble aspecto un antes y un después en el panorama del teatro español contemporáneo.

Una concepción humanista del hombre y el compromiso político-social con los más desfavorecidos determinan los temas, la estética y el propósito de toda su obra dramática, caracterizada en su evolución por una gran coherencia y unidad. Buero utiliza un lenguaje realista y simbólico para reflejar la tragedia del individuo y también la esperanza y el compromiso con lo ético.

-En la ardiente oscuridad consideran un deber aceptar las propias limitaciones y los que se rebelan contra ellas.
-La tejedora de sueños
-Llegada de los dioses
-La doble historia del doctor Valmy

Otros temas abordan la realidad política y social de la España de posguerra, bien ofreciendo una visión pesimista del vivir cotidiano, o bien denunciando la injusticia, la opresión y la falta de libertad:
-Historia de una escalera(1949) es un drama existencial protagonizado colectivamente por gente de la clase trabajadora y ambientado en una humilde escalera de vecinos. La pobreza, la frustración, la angustia, la carencia de futuro y las tensiones se ceban en los personajes, que representan a tes generaciones y viven en un mundo sin salida, cerrado a la esperanza.
-El tragaluz(1967) transcurre en un miserable sótano desde el que apenas se ve la calle. En él habita pobremente una familia que, al acabar la guerra, ha vivido el desgarro de la separación, la muerte de una hija por hambre, la locura del padre y, por último, el enfrentamiento entre dos hermanos.

En el grupo de obras de temática histórica reflexiona sobre hechos y personajes del pasado, contrastándolos con el presente. Las meninas(1960), El sueño de la razón(1970) y La detonación(1977). El concierto de San Ovidio(1962)

Alfonso Sastre
Para sastre la función del teatro es despertar la conciencia política del público y llevar la agitación a la vida española para transformarla. Esto lo ha expuesto en sus ensayos Drama y sociedad(1956) y La revolución y la crítica de la cultura(1970). Su primera obra importante es Escuadra hacia la muerte(1953). La mordaza(1954).

2.2 La segunda generacion del realismo social
Es una generacion coectanea de la del "medio siglo", formada por poetas y novelistas. Defienden un teatro politicamente comprometido, testimonial, de inspiracion popular y costumbrista, proximo al sainete, a la tragedia grotesca de Arniches, al esperpento de Valle-Inclán y a la otra dramatica de Bertolt Brecht, utilizando un lengua coloquial para acentura el realismo. Sus personajes son de extraccion humilde.

- Laura Olmo (1922-1994): La camisa (1962)
-Jose Martin Recuerda: Las salvajes de Puente San Gil (1936)
-Carlos Muñiz (1927) recrea el mundo de la burocracia administrativa en obras como Telerañas (1955) y El tintero (1961)

2.3 Teatro burgues y convencional en los años cincuenta y sesenta
Juan Jose Alonso Millan ( El cianuro, ¿solo o con leche? ) Alfonso Paso ( Cuarenta y ocho horas de felicidad, Usted puede ser un asesino ).

2.4. El teatro poetico y simbolico de Antonio Gala
Antonio Gala (1936) emplea un lenguaje poetico-simbolico que tiende al barroquismo. Escribe Los verdes campos del Eden (1963), Anillos para una dama (1973) e Ines desabrochada.

El teatro en los años 40 y primera mitad de los 50

El teatro que llena los escenarios españoles de esta epoca es el denominado burgues o de alta comedia, llamado tambien teatro de evasion.

Encontramos el teatro antirrealista de Alejandro Casona y el teatro de humor de Jardiel Poncela y Miguel Mihura.

1.1. La alta comedia o comedia de evasion
Se desarrolla en espacios lujosos, donde personajes pertenecientes a la burguesia viven conflictos personales relacionados con el adulterio, la solteria, la nostalgia del pasado, el choque generacional y la crisis de los valores tradicionales. Suele desembocar en un final feliz, que pretende ser moralmente ejemplar. Se eluden los conflictos sociales y politicos, y tan solo se realiza una moderada critica social.

· Jose Maria Peman (1898-1981). En su teatro historico es representativa El divino impaciente. En su teatro de tesis Callados como muertos. Tambien escribe comedias costumbristas como Los tres etceteras de Don Simon (1958).

· Joaquin Calvo Sotelo (1905-1993). Abarca dos generos distintos: la comedia humoristica de evasion (Una muchachita de Valladolid) y el drama de tesis, cuya mejor muestra es La muralla.

· Juan Ignacion Luca de Tena (1897-1975). Escribe un par de comedias historicas: ¿Donde vas Alfonso XII? (1957) y ¿Donde vas triste de ti? (1959) y las comedias de intriga: Don Jose, Pepe y Pepito (1952).

· Edgar Neville (1899-1967). Tuvo la oportunidad de vivir en Hollywood y abrir las puertas de la industria cinematografica a algunos de sus amigos, como Jardiel Poncela y Buñuel. Su obra mas destacada es El baile (1952), una comedia llena de ternura y humorismo sobre el amor incondicional que sienten dos hombres por la misma mujer a lo largo de su vida.

· Otro autor es Agustin de Foxa.

1.2. Teatro antirrealista: Alejandro Casona
La produccion de Casona se instala en una linea antirrealista, con una finalidad didactica. Desde sus primeras obras, aparece ya lo que sera una constante de su dramaturgia: el juego de realidad y fantasia.

Sus personajes viven a menudo situaciones irreales, propias de la ensoñacion, donde los conflictos humanos se desnudan al enfrentarse con la muerte, la felicidad, el egoismo, la culpa o el amor, y, al final de la trama, han aprendido una leccion moral.

Obras: La dama del alba (1944), La sirena varada (1934), Prohibido suicidarse en primavera (1937) y Los arboles mueren de pie (1949).

1.3. El teatro comico

Enrique Jardiel Poncela
Se propuso renovar la comedia de su tiempo rompiendo con las formas tradicionales y reivindica un teatro inverosimil, absurdo y antisentimental, opuesto al realista y burgues.

La critica ha valorado positivamente su obra dramatica, por cuanto contribuyo a reeducar al publico español.

Las comedias de Jardiel Poncela se centran en asuntos preferentemente amorosos, pero nunca caen en lo sentimental ni en lo lacrimogeno. Tienen una estructura laberintica que debe mucho al melodrama y a las tecnicas empleadas en la novela folletinesca y policiaca. La incoherencia de la trama, plagada de acciones inexplicables y sorpresas que pueden desorientar momentaneamente al espectador por su inverosimilitud, es solo aparente, y en su desenlace deja ver la logica y el rigor de construccion de las comedias. Eloisa esta debajo de un almendro (1940), Usted tiene ojos de mujer fatal (1933), Angelina o el honor de un brigadier (1934), Cuatro corazones con freno y marcha atras (1936), Los ladrones somos gente honrada (1941) y Como mejor estan las rubias es con patatas (1947).

Miguel Mihura
La originalidad de sus planteamientos teatrales se manifiesta sobre todo, en Tres sombreros de copa, su primera y mas significativa obra, que escribe en 1932, pero la escena española no estaba preparada, por lo que se publica hasta 1947, ni se estrena hasta 1952. En 1950 triunfa en París el teatro del absurdo, con La cantante calva, de Ionesco. En 1958 se estrena en Paris Tres sombreros de copa, que obtiene el reconocimiento del público y de la crítica.

Posteriormente, Mihura decidió rebajar la audacia de sus propuestas iniciales y plegarse a utilizar un lenguaje dramático más tradicional.
Melocotón en almíbar(1958), Maribel y la extraña familia(1959), Ninette y un señor de Murcia(1964) y La decente. Además escribió algunas obras en colaboración con otros autores.

Por las situaciones ilógicas que plantea y la falta de coherencia semántica en el discurso Mihura anticipa el teatro del absurdo, una tendencia dramática especialmente relevante en la escena europea contemporánea, y cuyos máximos exponentes son Samuel Beckett, Ionesco, Juan Genet y Arthur Adamov. No obstante, la obra de Mihura no se hunde en la desesperanza , la visión agónica y la angustia existencial que caracteriza a muchos de estos autores.

Renovación de las técnicas narrativas. Años 60

Las innovaciones son especialmente intensas en el ámbito de las “técnicas”. Habitualmente se habla de “formalismo” por oposición a una literatura comprometida que da prioridad a los contenidos sociales, políticos, ideológicos... De ahí que podamos señalar que la renovación de la obra narrativa se centre en la acción, los personajes, la construcción formal… Algunas de las principales novedades son la posición del autor y su punto de vista. Frente al autor omnisciente y presente en la obra, se ha propugnado por la desaparición del autor. La oposición del autor es la renuncia a la omnisciencia. De ahí que el punto de vista pueda ser único (si reduce su enfoque en torno a un único personaje) o múltiple (si enfoca la historia alternativamente desde distintos personajes) Esos diversos enfoques pueden dar interpretaciones distintas y hasta contradictorias de la misma realidad; es la técnica del perspectivismo.
En el tratamiento de la anécdota hay una serie de tendencias de la novela contemporánea que relegan el argumento a un plano muy secundario e incluso se prescinde de toda la acción. Frente al tratamiento realista, se abre paso lo imaginativo, lo alucinante, lo ideal, lo onírico… siguiendo el magisterio de Kafka y de Faulkner. En los procedimientos de estructuración, en la estructura externa es frecuente que el capítulo desaparezca totalmente y que la novela se componga de una serie de secuencias e incluso hay novelas que se presentan como un discurso ininterrumpido, sin cortes. Más importantes son ciertas modalidades de estructura interna, es la denominada técnica del contrapunto, que consiste en presentar varias historias que se combinan y se alternan. Respecto al tiempo, el desorden cronológico se convirtió en un rasgo estructural más, creando un “rompecabezas temporal”.
Dentro de los personajes de la novela, los protagonistas presentan rasgos muy peculiares. En España, el interés por el individuo vuelve cuando se supera la idea de plasmar “lo social”. Es característico el personaje en conflicto con su entorno y consigo mismo, deseoso de encontrar su identidad. Hablando de las personas de la narración, el relato en 3ª personase corresponde a un narrador omnisciente mientras que la narración en 1ª persona refuerza la idea de restringir el punto de vista narrativo al de un único personaje.Resulta curiosa la proliferación de una segunda persona narrativa. En unos casos ese “tú” es un personaje al que el narrador se dirige y en otros se trata de un “tú” autorreflexivo, es decir, el narrador protagonista dialoga consigo mismo.
Autores
Miguel Delibes. El tono crítico de sus novelas se acentúa con Las ratas (1962), cuyos protagonistas, un padre y un hijo, sobreviven penosamente cazando ratas en un atrasado pueblo castellano. Cinco horas con Mario (1966), estructurada en torno a un largo monólogo interior que brota de Carmen, su protagonista, a lo largo de las cinco horas que pasa velando el cadáver de su marido. La novela cuestiona los valores pequeño burgueses representados por la nueva clase media española, nacida al amparo del desarrollismo de los años sesenta. Otra novela acrecientan la fama del autor: Parábola del naufrago (1969)
Juan Goytisolo. También se pueden destacar La isla (1961) y Fin de fiesta (1962). Goytisolo centra exclusivamente su atención en el análisis de las formas de vida de la burguesía, cuyo egoísmo y frivolidad pone al descubierto.
La segunda etapa se aleja de la estética del realismo crítico e incorpora las técnicas de la novela experimental. Señas de identidad (1966)
Luis Martín-Santos. Luis Martín-Santos solo escribió dos novelas: Tiempo de silencio (1962) y Tiempo de destrucción (1975), inacabada y publicada póstumamente. Tiempo de silencio narra la historia de Pedro, un joven médico investigador del cáncer, que se deja arrastrar a un noviazgo que no le convence. Aspira a entrar en los círculos burgueses, frecuenta la noche madrileña y entra en contacto con el mundo marginal con el fin de conseguir ratones para llevar a cabo sus investigaciones. Se ve envuelto en la muerte de una muchacha a causa de un aborto y es detenido. A partir de ese momento se encadenan una serie de sucesos desgraciados, que terminan con el despido de Pedro del centro de investigación y su marcha de Madrid a un pueblo, donde ejercerá de médico rural.
La novela llamó enormemente la atención por la organización del relato y la variedad de registros lingüísticos, como el monólogo interior. Su estilo linda con el barroquismo, contrapesado puntualmente por la ironía, la parodia y el esperpentismo. Tiempo de silencio apunta directa y despiadadamente a la alienación y frustración que sufre el hombre contemporáneo.
Juan Benet. Comenzó con Nunca llegarás a nada (1961). En 1968 publica Volverás a Región, su primera novela, donde ya aparecen las constantes de su narrativa futura: una prosa discursiva y conceptual, un estilo denso y oscuro, los temas del tiempo, la muerte, la razón, el sentimiento, la memoria, la historia y la Guerra Civil y el espacio místico de Región, símbolo de España. Estas constantes, sometidas a un sistema de variaciones, se repiten en Una meditación (1970), Un viaje de invierno (1972), El aire de un crimen (1980). Herrumbrosas lanzas (1983-86) es un conjunto de novelas sobre la Guerra Civil.
Juan Marsé. Como novelista social publica Encerrados con un solo juguete (1960), una historia sobre la juventud española de posguerra. Sus novelas están ambientadas siempre en Barcelona. Últimas tardes con Teresa (1966) presenta el contraste entre el mundo marginal y la alta burguesía catalana: La oscura historia de la prima Montse (1970) también está protagonizada por personajes que pertenecen a mundos opuestos, Si te dicen que caí (1973) reconstruye la historia de unos chiquillos de la posguerra que se entretienen con sus “avantis”. Otras obras: Un día volveré (1982), El amante bilingüe (1990) y Rabos de lagartija (2001)

El realismo social en la novela. Años 50 ( 1051-1962 )

De la antigua angustia existencial pasamos a las inquietudes sociales. El calificativo social puede usare en un sentido amplio (la sociedad) o restringido (novela que denuncia la injusticia social). La novela social será la corriente dominante entre 1951 (Fecha de publicación de La Colmena de Cela) y 1962 (fecha de publicación de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos)
Para muchos, La Colmena es la precursora de la corriente (recordemos que se trata de una visión crítica de la vida madrileña) aunque La Noria de Luis Romero también es una visión colectiva, pero con Barcelona como marco. El Camino (1950) de Miguel Delibes muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa. Así llegamos a 1954-1955 cuando se dan a conocer Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo… Les seguirán otros autores como Juan García Hortelano, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite o Juan Caballero Bonald. Todos ellos nacidos entre 1925 y 1931. Entre ellos hay evidentes rasgos comunes e incluso se les ha llegado a denominar Generación del 55. Pronto aparecerán ensayos como el del crítico José María Castellet titulado La hora del Lector donde se propugna ese realismo social, es decir, la idea de Sartre en la que el escritor debe ponerse al servicio de la voluntad de transformar la sociedad; asume un deber de denuncia y se compromete ante la injusticia social.
Estéticamente hablando dentro del realismo podemos señalar varias actitudes o enfoques: el enfoque objetivista y el realismo crítico.El objetivismo propone un testimonio escueto, sin aparente intervención del autor y que consiste en limitarse a registrar la conducta de los individuos sin comentarios ni interpretaciones. Hacia técnicas objetivistas se inclinan Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa mientras que Luis y Juan Goytisolo o Ana María Matute se aproximan al realismo crítico.
Con estas orientaciones inciden ciertas influencias: la de los novelistas norteamericanos (John Dos Passos, Steinbeck, Hemingway o Faulkner) además de los italianos Vittorini o Pavese y por último la de ciertos aspectos del “nouveau roman” francés, pero señalaremos también la tradición española realista desde los clásicos Clarín y Galdós hasta Baroja.
Autores
Camilo José Cela. La colmena (1951) presenta una visión caleidoscópica de la sociedad española de la sociedad española de posguerra al estilo de lo que había hecho John Dos Passos sobre la ciudad de Nueva York en Manhattan Transfer. Más de trescientos personajes, representativos de todas las clases sociales, van y vienen, como abejas en su colmena, por las calles del Madrid hambriento y gris de la posguerra. No sigue la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace, sino un compartir las mismas casas, bares o calles. La técnica objetivista se alterna con el narrador omnisciente. Por su costumbrismo crítico y valor testimonial, esta novela anticipa la novela social. Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) es el monólogo de una madre mentalmente desequilibrada que habla con su hijo muerto.
Miguel Delibes. El camino (1950), que cuenta con su inolvidable personaje Daniel el Mochuelo y muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa.
Objetivistas.
Rafael Sánchez Ferlosio. Es autor de tres novelas: Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), El Jarama (1955) y El testamento de Yarfoz (1986) La primera de ellas no es una novela social, sino fantástica.El Jarama es una novela realista, la más importante de las narradas con técnica objetivista. La acción transcurre a orillas del río Jarama (cercano a Madrid), al que acuden un domingo unos jóvenes excursionistas para pasar el día. El tiempo narrado abarca unas dieciséis horas. La mayor objetividad del relato procede de los diálogos, que reproducen el habla tópica de los personajes. El Jarama es una novela sobre el tedio que invade a una sociedad gris y sin aliento, como la España de los años cincuenta.
El Teatamento de Yarfoz es también de corte fantástico.
Juan García Hortelano. Escribe dos novelas claramente objetivistas, Nuevas amistades (1959) novela de ambiente estudiantil y Tormenta de verano (1961), en torno al aburrido veraneo de unos nuevos ricos.
Ignacio Aldecoa. Nos ha dejado vigorosos testimonios de la vida social del momento, así como de la vida del mar. Una de sus novelas más importantes es El fulgor y la sangre (1954)
Jesús Fernández Santos. Escribió Los bravos (1954), una novela en torno al poder caciquil. Otras de sus obras son El hombre de los santos (1958) y Cabeza rapada (1958), compuesta de relatos cortos.
Carmen Martín Gaite. Aborda en sus novelas el problema de la inserción del individuo en la sociedad y el problema de la incomunicación. Entre sus obras destacan Entre visillos (1958), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978) y Nubosidad variable (1992)
Realismo crítico
Juan Goytisolo. Su obra narrativa experimenta una evolución formal, estilística y temática, por lo que en su trayectoria cabe distinguir varias etapas:
La primera responde al realismo social y la literatura comprometida. Juegos de manos (1954) y la trilogía El mañana efímero (1957-58) donde narra los ambientes burgueses y de la clase obrera. También se pueden destacar La isla (1961) y Fin de fiesta (1962). Goytisolo centra exclusivamente su atención en el análisis de las formas de vida de la burguesía, cuyo egoísmo y frivolidad pone al descubierto.
La segunda etapa se aleja de la estética del realismo crítico e incorpora las técnicas de la novela experimental. Señas de identidad (1966) y Juan sin tierra (1975). El novelista convierte el espacio narrativo en un ámbito de reflexión espiritual y cultural, que le lleva a replantearse su propia identidad.
La tercera etapa abarca sus últimas novelas, en las que, identificado por la cultura islámica y desde una perspectiva heterodoxa, insiste en la crítica de los valores del mundo occidental. Paisajes después de la batalla (1982)
Luis Goytisolo. Escribe dos novelas sociales, Las afueras (1959) y Las mismas palabras (1962)
Ana María Matute. Aunque con reflejos realistas y de intención social, su novelística está dotada de una refinada prosa poética y de una poderosa imaginación, por lo que constituye una tendencia narrativa, el realismo lírico. Bajo esa denominación se agrupan Los Abel (1948), Pequeño teatro (1954) y Los hijos muertos (1958)
Otros: José Manuel Caballero Bonald (Dos días de septiembre, 1962) Armando López Salinas (La mina, 1925), López Pacheco (Central eléctrica, 1958) y Alfonso Grosso (La zanja, 1961)
Otras tendencias narrativas
En estos años centrales del siglo, varios escritores siguen las pautas narrativas del realismo tradicional, como por ejemplo, Juan Antonio de Zunzunegui con La quiebra (1947) o La úlcera (1948)
La narrativa poética y de humor está representada por Álvaro Cunqueiro, excepcional fabulador, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo, que escribe en gallego y castellano. Obras: Las mocedades de Ulises (1960) y Escuela de curanderos (1960)
Famoso por sus novelas policiacas es Francisco García Pavón.
Siguen escribiendo novelas autores como Cela, Delibes…

El realismo social en la novela. Años 50 ( 1051-1962 )

De la antigua angustia existencial pasamos a las inquietudes sociales. El calificativo social puede usare en un sentido amplio (la sociedad) o restringido (novela que denuncia la injusticia social). La novela social será la corriente dominante entre 1951 (Fecha de publicación de La Colmena de Cela) y 1962 (fecha de publicación de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos)
Para muchos, La Colmena es la precursora de la corriente (recordemos que se trata de una visión crítica de la vida madrileña) aunque La Noria de Luis Romero también es una visión colectiva, pero con Barcelona como marco. El Camino (1950) de Miguel Delibes muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa. Así llegamos a 1954-1955 cuando se dan a conocer Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo… Les seguirán otros autores como Juan García Hortelano, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite o Juan Caballero Bonald. Todos ellos nacidos entre 1925 y 1931. Entre ellos hay evidentes rasgos comunes e incluso se les ha llegado a denominar Generación del 55. Pronto aparecerán ensayos como el del crítico José María Castellet titulado La hora del Lector donde se propugna ese realismo social, es decir, la idea de Sartre en la que el escritor debe ponerse al servicio de la voluntad de transformar la sociedad; asume un deber de denuncia y se compromete ante la injusticia social.
Estéticamente hablando dentro del realismo podemos señalar varias actitudes o enfoques: el enfoque objetivista y el realismo crítico.El objetivismo propone un testimonio escueto, sin aparente intervención del autor y que consiste en limitarse a registrar la conducta de los individuos sin comentarios ni interpretaciones. Hacia técnicas objetivistas se inclinan Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa mientras que Luis y Juan Goytisolo o Ana María Matute se aproximan al realismo crítico.
Con estas orientaciones inciden ciertas influencias: la de los novelistas norteamericanos (John Dos Passos, Steinbeck, Hemingway o Faulkner) además de los italianos Vittorini o Pavese y por último la de ciertos aspectos del “nouveau roman” francés, pero señalaremos también la tradición española realista desde los clásicos Clarín y Galdós hasta Baroja.
Autores
Camilo José Cela. La colmena (1951) presenta una visión caleidoscópica de la sociedad española de la sociedad española de posguerra al estilo de lo que había hecho John Dos Passos sobre la ciudad de Nueva York en Manhattan Transfer. Más de trescientos personajes, representativos de todas las clases sociales, van y vienen, como abejas en su colmena, por las calles del Madrid hambriento y gris de la posguerra. No sigue la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace, sino un compartir las mismas casas, bares o calles. La técnica objetivista se alterna con el narrador omnisciente. Por su costumbrismo crítico y valor testimonial, esta novela anticipa la novela social. Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) es el monólogo de una madre mentalmente desequilibrada que habla con su hijo muerto.
Miguel Delibes. El camino (1950), que cuenta con su inolvidable personaje Daniel el Mochuelo y muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa.
Objetivistas.
Rafael Sánchez Ferlosio. Es autor de tres novelas: Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), El Jarama (1955) y El testamento de Yarfoz (1986) La primera de ellas no es una novela social, sino fantástica.El Jarama es una novela realista, la más importante de las narradas con técnica objetivista. La acción transcurre a orillas del río Jarama (cercano a Madrid), al que acuden un domingo unos jóvenes excursionistas para pasar el día. El tiempo narrado abarca unas dieciséis horas. La mayor objetividad del relato procede de los diálogos, que reproducen el habla tópica de los personajes. El Jarama es una novela sobre el tedio que invade a una sociedad gris y sin aliento, como la España de los años cincuenta.
El Teatamento de Yarfoz es también de corte fantástico.
Juan García Hortelano. Escribe dos novelas claramente objetivistas, Nuevas amistades (1959) novela de ambiente estudiantil y Tormenta de verano (1961), en torno al aburrido veraneo de unos nuevos ricos.
Ignacio Aldecoa. Nos ha dejado vigorosos testimonios de la vida social del momento, así como de la vida del mar. Una de sus novelas más importantes es El fulgor y la sangre (1954)
Jesús Fernández Santos. Escribió Los bravos (1954), una novela en torno al poder caciquil. Otras de sus obras son El hombre de los santos (1958) y Cabeza rapada (1958), compuesta de relatos cortos.
Carmen Martín Gaite. Aborda en sus novelas el problema de la inserción del individuo en la sociedad y el problema de la incomunicación. Entre sus obras destacan Entre visillos (1958), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978) y Nubosidad variable (1992)
Realismo crítico
Juan Goytisolo. Su obra narrativa experimenta una evolución formal, estilística y temática, por lo que en su trayectoria cabe distinguir varias etapas:
La primera responde al realismo social y la literatura comprometida. Juegos de manos (1954) y la trilogía El mañana efímero (1957-58) donde narra los ambientes burgueses y de la clase obrera. También se pueden destacar La isla (1961) y Fin de fiesta (1962). Goytisolo centra exclusivamente su atención en el análisis de las formas de vida de la burguesía, cuyo egoísmo y frivolidad pone al descubierto.
La segunda etapa se aleja de la estética del realismo crítico e incorpora las técnicas de la novela experimental. Señas de identidad (1966) y Juan sin tierra (1975). El novelista convierte el espacio narrativo en un ámbito de reflexión espiritual y cultural, que le lleva a replantearse su propia identidad.
La tercera etapa abarca sus últimas novelas, en las que, identificado por la cultura islámica y desde una perspectiva heterodoxa, insiste en la crítica de los valores del mundo occidental. Paisajes después de la batalla (1982)
Luis Goytisolo. Escribe dos novelas sociales, Las afueras (1959) y Las mismas palabras (1962)
Ana María Matute. Aunque con reflejos realistas y de intención social, su novelística está dotada de una refinada prosa poética y de una poderosa imaginación, por lo que constituye una tendencia narrativa, el realismo lírico. Bajo esa denominación se agrupan Los Abel (1948), Pequeño teatro (1954) y Los hijos muertos (1958)
Otros: José Manuel Caballero Bonald (Dos días de septiembre, 1962) Armando López Salinas (La mina, 1925), López Pacheco (Central eléctrica, 1958) y Alfonso Grosso (La zanja, 1961)
Otras tendencias narrativas
En estos años centrales del siglo, varios escritores siguen las pautas narrativas del realismo tradicional, como por ejemplo, Juan Antonio de Zunzunegui con La quiebra (1947) o La úlcera (1948)
La narrativa poética y de humor está representada por Álvaro Cunqueiro, excepcional fabulador, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo, que escribe en gallego y castellano. Obras: Las mocedades de Ulises (1960) y Escuela de curanderos (1960)
Famoso por sus novelas policiacas es Francisco García Pavón.
Siguen escribiendo novelas autores como Cela, Delibes…

El realismo social en la novela. Años 50 ( 1051-1962 )

De la antigua angustia existencial pasamos a las inquietudes sociales. El calificativo social puede usare en un sentido amplio (la sociedad) o restringido (novela que denuncia la injusticia social). La novela social será la corriente dominante entre 1951 (Fecha de publicación de La Colmena de Cela) y 1962 (fecha de publicación de Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos)
Para muchos, La Colmena es la precursora de la corriente (recordemos que se trata de una visión crítica de la vida madrileña) aunque La Noria de Luis Romero también es una visión colectiva, pero con Barcelona como marco. El Camino (1950) de Miguel Delibes muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa. Así llegamos a 1954-1955 cuando se dan a conocer Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo… Les seguirán otros autores como Juan García Hortelano, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite o Juan Caballero Bonald. Todos ellos nacidos entre 1925 y 1931. Entre ellos hay evidentes rasgos comunes e incluso se les ha llegado a denominar Generación del 55. Pronto aparecerán ensayos como el del crítico José María Castellet titulado La hora del Lector donde se propugna ese realismo social, es decir, la idea de Sartre en la que el escritor debe ponerse al servicio de la voluntad de transformar la sociedad; asume un deber de denuncia y se compromete ante la injusticia social.
Estéticamente hablando dentro del realismo podemos señalar varias actitudes o enfoques: el enfoque objetivista y el realismo crítico.El objetivismo propone un testimonio escueto, sin aparente intervención del autor y que consiste en limitarse a registrar la conducta de los individuos sin comentarios ni interpretaciones. Hacia técnicas objetivistas se inclinan Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa mientras que Luis y Juan Goytisolo o Ana María Matute se aproximan al realismo crítico.
Con estas orientaciones inciden ciertas influencias: la de los novelistas norteamericanos (John Dos Passos, Steinbeck, Hemingway o Faulkner) además de los italianos Vittorini o Pavese y por último la de ciertos aspectos del “nouveau roman” francés, pero señalaremos también la tradición española realista desde los clásicos Clarín y Galdós hasta Baroja.
Autores
Camilo José Cela. La colmena (1951) presenta una visión caleidoscópica de la sociedad española de la sociedad española de posguerra al estilo de lo que había hecho John Dos Passos sobre la ciudad de Nueva York en Manhattan Transfer. Más de trescientos personajes, representativos de todas las clases sociales, van y vienen, como abejas en su colmena, por las calles del Madrid hambriento y gris de la posguerra. No sigue la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace, sino un compartir las mismas casas, bares o calles. La técnica objetivista se alterna con el narrador omnisciente. Por su costumbrismo crítico y valor testimonial, esta novela anticipa la novela social. Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) es el monólogo de una madre mentalmente desequilibrada que habla con su hijo muerto.
Miguel Delibes. El camino (1950), que cuenta con su inolvidable personaje Daniel el Mochuelo y muestra una crítica concreta de la realidad española centrándose en una familia burguesa.
Objetivistas.
Rafael Sánchez Ferlosio. Es autor de tres novelas: Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), El Jarama (1955) y El testamento de Yarfoz (1986) La primera de ellas no es una novela social, sino fantástica.El Jarama es una novela realista, la más importante de las narradas con técnica objetivista. La acción transcurre a orillas del río Jarama (cercano a Madrid), al que acuden un domingo unos jóvenes excursionistas para pasar el día. El tiempo narrado abarca unas dieciséis horas. La mayor objetividad del relato procede de los diálogos, que reproducen el habla tópica de los personajes. El Jarama es una novela sobre el tedio que invade a una sociedad gris y sin aliento, como la España de los años cincuenta.
El Teatamento de Yarfoz es también de corte fantástico.
Juan García Hortelano. Escribe dos novelas claramente objetivistas, Nuevas amistades (1959) novela de ambiente estudiantil y Tormenta de verano (1961), en torno al aburrido veraneo de unos nuevos ricos.
Ignacio Aldecoa. Nos ha dejado vigorosos testimonios de la vida social del momento, así como de la vida del mar. Una de sus novelas más importantes es El fulgor y la sangre (1954)
Jesús Fernández Santos. Escribió Los bravos (1954), una novela en torno al poder caciquil. Otras de sus obras son El hombre de los santos (1958) y Cabeza rapada (1958), compuesta de relatos cortos.
Carmen Martín Gaite. Aborda en sus novelas el problema de la inserción del individuo en la sociedad y el problema de la incomunicación. Entre sus obras destacan Entre visillos (1958), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978) y Nubosidad variable (1992)
Realismo crítico
Juan Goytisolo. Su obra narrativa experimenta una evolución formal, estilística y temática, por lo que en su trayectoria cabe distinguir varias etapas:
La primera responde al realismo social y la literatura comprometida. Juegos de manos (1954) y la trilogía El mañana efímero (1957-58) donde narra los ambientes burgueses y de la clase obrera. También se pueden destacar La isla (1961) y Fin de fiesta (1962). Goytisolo centra exclusivamente su atención en el análisis de las formas de vida de la burguesía, cuyo egoísmo y frivolidad pone al descubierto.
La segunda etapa se aleja de la estética del realismo crítico e incorpora las técnicas de la novela experimental. Señas de identidad (1966) y Juan sin tierra (1975). El novelista convierte el espacio narrativo en un ámbito de reflexión espiritual y cultural, que le lleva a replantearse su propia identidad.
La tercera etapa abarca sus últimas novelas, en las que, identificado por la cultura islámica y desde una perspectiva heterodoxa, insiste en la crítica de los valores del mundo occidental. Paisajes después de la batalla (1982)
Luis Goytisolo. Escribe dos novelas sociales, Las afueras (1959) y Las mismas palabras (1962)
Ana María Matute. Aunque con reflejos realistas y de intención social, su novelística está dotada de una refinada prosa poética y de una poderosa imaginación, por lo que constituye una tendencia narrativa, el realismo lírico. Bajo esa denominación se agrupan Los Abel (1948), Pequeño teatro (1954) y Los hijos muertos (1958)
Otros: José Manuel Caballero Bonald (Dos días de septiembre, 1962) Armando López Salinas (La mina, 1925), López Pacheco (Central eléctrica, 1958) y Alfonso Grosso (La zanja, 1961)
Otras tendencias narrativas
En estos años centrales del siglo, varios escritores siguen las pautas narrativas del realismo tradicional, como por ejemplo, Juan Antonio de Zunzunegui con La quiebra (1947) o La úlcera (1948)
La narrativa poética y de humor está representada por Álvaro Cunqueiro, excepcional fabulador, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo, que escribe en gallego y castellano. Obras: Las mocedades de Ulises (1960) y Escuela de curanderos (1960)
Famoso por sus novelas policiacas es Francisco García Pavón.
Siguen escribiendo novelas autores como Cela, Delibes…

La novela de los años 40: La noevla existencialista

El ambiente de desorientación cultural de comienzos de la posguerra era muy acusado en el campo de la novela. Se ha roto con la tradición inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra, así como las obras de los exiliados. Dadas las dramáticas circunstancias, no pueden servir de modelo la novela deshumanizada de Jarmés ni resultan imitables novelistas como Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala o Ramón Gómez de la Serna. Sólo Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores de este periodo. Junto a la influencia barojiana, se cultivaron otras líneas: la novela psicológica, la poética y simbólica… ya que es una época de búsqueda.
Algunos autores que habían publicado antes de la guerra civil y que gozaron del favor oficial hubieran podido servir de puente (Sánchez Mazas) pero sus aportaciones fueron escasas o no tuvieron eco. Otros, como Zunzunegui o Darío Fernández Flores alcanzarían cierta resonancia dentro del realismo tradicional. Dos fechas suelen señalarse como inicio de un nuevo arranque del género: 1492, La familia de Pascual Duarte de Cela y 1945 con Nada de Carmen Laforet.
El reflejo amargo de la vida cotidiana es una nota frecuente en la novela de posguerra. Su enfoque se hace desde lo existencia, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la muerte, la inadaptación, la frustración… Es sintomática la abundancia de personajes marginales y desarraigados o desorientados y angustiados. Todo ello revela el malestar del momento, malestar que, en último término, es social y que se trasluce en las obras. La censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita los alcances del testimonio. Por eso, en un conjunto, aún no puede hablarse de novela social. Más que los testimonios de la España de la época, lo que resulta característico de los años 40 es la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal.
Los autores que podríamos llamar “triunfalistas” son aquellos que se alinean junto al Régimen de la época. Así, García Serrano canta la victoria militar en La fiel infantería.Salvo excepciones domina la pobreza creadora y algunos autores surgidos entonces confirmarán su valía. Es el caso de Cela, Miguel Delibes, Laforet o Gonzalo Torrente Ballester.
Lo más destacado de esta época es la novela existencial, desarrollada en torno a dos temas principales, la incertidumbre de la existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres. Los personajes tienen conductas violentas, viven angustiados…
Autores
Existencialismo. Lo más destacado de esta época es la novela existencial, desarrollada en torno a dos temas principales: la incertidumbre de la existencia y la dificultad de la comunicación entre los hombres. Los personajes tienen conductas violentas, viven angustiados…Camilo José Cela. Es uno de los nombres más importantes de la narrativa española contemporánea por desempeñar un papel decisivo en el resurgir de la novela de la posguerra, que se inició con La familia de Pascual Duarte (1942). Esta novela pesimista y trágica es el prototipo de la narrativa existencial. Relata en primera persona la vida de Pascual Duarte, un hombre condenado a muerte por una serie de crímenes. Su siguiente novela, Pabellón en reposo (1944), en gran parte autobiográfica, refleja la angustiosa espera de la muerte por un grupo de enfermos afectados de tuberculosis.
La colmena (1951) presenta una visión caleidoscópica de la sociedad española de la sociedad española de posguerra al estilo de lo que había hecho John Dos Passos sobre la ciudad de Nueva York en Manhattan Transfer. Más de trescientos personajes, representativos de todas las clases sociales, van y vienen, como abejas en su colmena, por las calles del Madrid hambriento y gris de la posguerra. No sigue la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace, sino un compartir las mismas casas, bares o calles. La técnica objetivista se alterna con el narrador omnisciente. Por su costumbrismo crítico y valor testimonial, esta novela anticipa la novela social.
Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) es el monólogo de una madre mentalmente desequilibrada que habla con su hijo muerto. Otras novelas de Cela son Mazurca para dos muertos (1983) y Madera de boj (1999). También es autor de carios libros de viajes entre los que destaca Viaje a la Alcarria (1948).
La prosa de Cela se distingue por la riqueza de su léxico y la singularidad de su estilo acerado, con tendencia a lo hiperbólico, de raigambre picaresca y esperpéntica.
Miguel Delibes. Cuenta con una amplia producción literaria. La sombra del ciprés es alargada (1947) es de temática existencial por el pesimismo con el que se trata a los personajes y situaciones. Poco después escribe El camino (1950), que cuenta con su inolvidable personaje Daniel el Mochuelo. El tono crítico de sus novelas se acentúa con Las ratas (1962), cuyos protagonistas, un padre y un hijo, sobreviven penosamente cazando ratas en un atrasado pueblo castellano.
Cinco horas con Mario (1966), estructurada en torno a un largo monólogo interior que brota de Carmen, su protagonista, a lo largo de las cinco horas que pasa velando el cadáver de su marido. La novela cuestiona los valores pequeño burgueses representados por la nueva clase media española, nacida al amparo del desarrollismo de los años sesenta. Otras muchas novelas acrecientan la fama del autor: Parábola del naufrago (1969), El disputado voto del señor Cayo (1978), Los santos inocentes (1981) novela de ambiente rural que denuncia la explotación de los campesinos por parte de los caciques del lugar y El hereje (1998), novela histórica que recrea la vida vallisoletana del siglo XVI.
Delibes se ha definido como el novelista de personajes. Son notas de su estilo la riqueza léxica y la recuperación de muchos términos del habla rural.
Carmen Laforet. Autora de Nada (1945), primer premio Nadal de la novela. Su argumento, con trasfondo autobiográfico, se centra en la vida de una joven que llega a Barcelona con ánimo de iniciar sus estudios universitarios y es acogida por unos familiares que provocan su decepción y desencanto.
Otros autores son: José María Gironella, autor de la trilogía sobre la Guerra Civil: Los cipreses creen en Dios (1953), Un millón de muertos (1961) y Ha estallado la paz (1966)
Gonzalo Torrente Ballester. Al margen de la literatura existencial, hace su aparición en la narrativa de los años cuarenta Gonzalo Torrente Ballester, cuya obra experimenta con el tiempo una gran evolución.
Su producción es amplia y se inicia con Javier Mariño (1943). Su trilogía Los gozos y las sombras (1959-1962) plasma caracteres psicológicos y conflictos sociales de la Galicia de inicios del siglo XX. La saga/fuga de J.B. (1972) se incluye dentro de la novela experimental. Se trata de una novel fantástica y a la vez intelectual, que recrea la historia de una imaginaria quinta capital gallega. Otras obras son Filomeno a mi pesar (1988) y Crónica del rey pasmado (1989)

La poesia de los años 70 : los novisimos y otros poetas

Hacia 1970 irrumpe en le panorama de la lírica española una serie de poetas nacidos en su mayoría tras la Guerra Civil. Son los novísimos, así llamados por José María Castellet, quien señala unos rasgos comunes, la despreocupación hacia las formas tradicionales, la escritura automática, la introducción de elementos exóticos y tensiones internas del grupo.

La poesía novísima supuso una ruptura con la lírica realista y con la tradición poética española. El compromiso político desaparece; la imaginación y el cosmopolitismo reemplazan a la realidad inmediata; el culturalismo y la moderna cultura de masas aportan los temas; el versalibrismo, el humor y los aspectos estéticos cobran importancia. La moda de la poesía novísima empezó a declinar a partir de 1975 y los poetas tomaron otro rumbo o dejaron de escribir poesía.

Los novísimos reunidos por Castellet son Pere Gimferrer (La muerte en Beverly Hills), José María Álvarez (Museo de cera), Leopoldo Panero (Así se fundó Carnavy Street). Otros no incluidos por Castellet son Luis Alberto de Cuenca (Elsinore), y Luis Antonio de Villena (Huir del invierno).
También existen otras tendencias en la época de los 60-70, desde el realismo hasta la poesía del lenguaje y el conociemiento.

La poesia de medio siglo

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La poesia social

Aparece un grupo de poetas que conciben la poesía como comunicación e instrumento al servicio de un compromiso ético-político de izquierda.
Rechazan el esteticismo y optan por un leguaje sobrio con el propósito de llegar a la inmensa mayoría.
Esta tendencia estética recibe el nombre de realismo social.
Entre los poetas sociales distinguimos dos grupos: el primero los que publican sus obras en los 40; y el segundo por las que se dan a conocer en los 50.
Destacan Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro.

5.1. Gabriel Celaya
Uno de los poetas mas importantes de la poesía española de posguerra.
Celaya comienza su trayectoria poética con Marea del silencio(1935). Su poesía cobra un perfil mas personal a partir de Movimientos elementales(1997), donde combina versos de distinta medida con un lenguaje directo, coloquial, y se encara con la realidad histórica española de posguerra. En Las cartas boca arriba(1951) muestra su compromiso político-social, su propósito de denuncia ante la injusticia y la falta de libertad.
A la última época de su producción poética pertenece Campos semánticos(1973).

5.2. Blas de Otero
Es la voz más personal del realismo social. Sus influencias son muy variadas, desde Quevedo o el cancionero tradicional hasta Antonio Machado.
Su primer título es Cántico espiritual(1992), un libro escrito en la corriente religiosa y existencial de la poesía de posguerra. Los temas son Dios, el amor, la insatisfacción y la muerte. Ancia(1958), mezcla de dos libros, nos deja numerosos exponentes de la poesía desarraigada.
Nos ofrece una visión del mundo agónica y desoladora.
En Pido la paz y la palabra(1955) prevalecen los motivos sociales y éticos sobre los trascendentales o religiosos. Aquí se advierte un brusco cambio de perspectiva.

Surgen como nuevos temas el hambre en su dimensión colectiva y España. Su poesía basada ahora en un compromiso político-moral apunta a la denuncia de la injusticia, y el anhelo de paz.

La variedad de metros y estrofas es una de las características distintivas de la obra de Blas de Otero. Presenta aliteraciones, anáforas, repeticiones…como recursos de estilo.
El lenguaje posee una gran expresividad y un equilibrio entre lo conceptual y lo emocional. Usa muchas frases echas que contribuyen al tono directo y coloquial del lenguaje.

5.3. José Hierro
Es uno de los grandes poetas del siglo XX. La insistencia en lo testimonial es la nota diferenciadora de una poesía que se inscribe por derecho propio en la poesía realista surgida en los años 40.
Por testimonial se entiende un modo de aproximación personal a un tema decisivo para el hombre a través de la experiencia íntima. La poesía testimonial tiene su origen en algo anecdótico que despierta en la memoria del poeta determinados recuerdos, imágenes…

Los recursos de estilo que más utiliza son el encabalgamiento, la repetición y el símbolo. En cuanto a la métrica usa versos octosílabos, alejandrinos y libres. Sus temas principales son el amor, la amistad, la muerte, la memoria y la música. Tiene elementos de Antonio Machado y Gerardo Diego.

Su primer libro es Tierra sin nosotros(1947), donde nos presenta una visión de la realidad desde la frustración existencial. Otras obras importantes donde reflexiona sobre el paso del tiempo, España y la naturaleza son Quinta de 42(1952) y Cuánto se de mi(1957).

La poesia en los años 40 / El postismo y el grupo Cántico

POESIA DE LOS AÑOS 40

3.1. Poesia desarraigada
Esta tendencia poetica esta formada por los autores de la generacion del 36 que tras la Guerra Civil se expresan con una alegria jubilosa, melancolica, con una luminosa y reglada creencia en la organizacion de la realidad contingente.

Propugnan a traves de las revistas Escorial y Garcilaso, un tipo de poesia pira inspirada en los poetas españoles del Renacimiento de acuerdo con el espiritu de exaltacion de la España del s. XVI.

Los principales temas son amor, familia, religion, paisaje castellano y España.

El poeta mas importante es Luis Rosales. Su primer libro es Abril (1935). En La casa encendida (1949) emplea un lenguaje transparente, para volcarse en la experiencia de la vida diaria.
Del paso del tiempo hablara en Rimas (1951) y en Segundo abril (1972).

Leopoldo Panero tiene como temas centrales la tierra, la familia y la religiosidad. Canto personal (1961) recoge su obra poetica completa.

Luis Felipe Vivanco. Tiene su obra recogida en Los caminos (1979).

3.2. Poesia desarraigada
Es la oposicion a la poesia arraigada segun Damaso Alonso. Esta representada por los poetas que se sienten muy lejos de toda armonia y serenidad.

Su surgimiento se situa en 1944 cuando se publica Hijos de ira (Damaso Alonso) y aparece la revista Espadaña.

El dominio del verso libre, la expresion airada, la rehumanizacion de la poesia y el rechazo del garcilasismo son algunas de las caracteristicas de la poesia desarraigada. La revista Espadaña proponia una poesia que debia de dar testimonio del vivir del hombre contemporaneo, directa, con un lenguaje realista y solidaria.

Algunos de los que escribian en Garcilaso y Escorial empezaran a colaborar en Espadaña, lo que hizo ver ese notable cambio que se estaba produciendo en la lirica española.

Los mas destacados poetas de la poesia desarraigada son Victoriano Cremer y Eugenio de Nora.

La obra poetica de Cremer esta recopilada en Poesia total (1967) y Nora escribio Amor prometido(1945).

Jose Maria Valverde, Bousoño y Garciasol engrosan la nomina de la poesia desarraigada.

EL POSTISMO Y EL GRUPO "CÁNTICO"

El postismo y el grupo ''Cantico'' son dos tendencias que surgen en los años 40 al margen de la poesia oficialista y realista.

El postismo se considera un movimiento posterior a los ismos, que se manifesto con la publicacion del primer y unico numero de la revista Postismo (1945), fundada por Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi, que reivindicaban lal urgencia y la universalidad de las poeticas vanguardistas. Carlos Edmundo de Ory es el mas importante y tiene como obras Los sonetos (1963) y Lee sin temor (1976).

Pablo Garcia Baena, Ricardo Molina y Juan Bernier forma la revista Cantico, que pretende establecer los lazos con el grupo poetico del 27.

Como caracteristicas del grupo, destaca el intimismo, el culturalismo, el lexico selecto y preciso y el gusto por lo sensual.

Baena: Rumor oculto (1946)
Molina: Corimbo (1949)
Bernier: Aqui en la tierra (1948)

La poesia en 1936: Miguel Hernandez y la generación del 36

En la segunda mitad del s. XV, el marxismo y la Escuela de Francfort siguen inspirando el pensamiento de muchos escritores. El existencialismo incorpora pensadores franceses como Sartre y Camus. Ya en los ochenta aparece el pensamiento posmoderno, el movimiento feminista, y como metodo de investigacion, el estructuralismo.

1. Miguel Hernandez

Por edad pertenece al grupo poetico del 36, pero su obra posee tal singularidad, que justifica un estudio independiente.

Su primer libro es Perito en lunas (1933), que representa su etapa de juventud y aprendizaje, y donde puede verse la influencia de Gongora, Becquer, Dario, Miro y Juan Ramon.

El silbo vulnerado (1935) representa el paso del aprendizaje a la plenitud, en el que el poeta transforma su lirica y encuentra su voz, enraizada en un poderoso sentimiento de naturaleza.

En El rayo que no cesa (1936) alcanza su madurez. En el encontramos los tres grandes temas de su poesia, la vida, el amor y la muerte.
Posee un lenguaje neorromantico, intimista y sencillo, dotado de calidez y vigor, que remite al mundo de la naturaleza. Su fuerza expresiva esta potenciada por el pleno dominio de la forma y la brillantez de las imagenes.

El estallido de la guerra civil, impone un giro en su poesia.
Viento del pueblo (1937) responde a la tragedia. El amor a España y el sentimiento de solidaridad con los humildes les lleva a defenderlos con una poesia de urgencia.

La expresion directa e inmediata del sufrimiento, la angustia y el dolor, pasan a un primer plano.

La confianza en el ser humano y el utopismo reflejados en Viento del pueblo parecen quebrarse.

El poeta siente angustia ante el odio, la violencia y el salvajismo desatados en los campos de batalla.

La naturalidad del lenguaje y la desnudez del estilo ayudan a realizar el dramatismo de los momentos vividos por el poeta, como soldado y esposo, en guerra.

Cancionero y romancero de ausencias, publicada tras su muerte recoge los poemas escritos en 1938 y 1939.

La trayectoria poetica de Miguel Hernandez sigue un curso paralelo a la de los poetas del grupo poetico del 27. Junto a Antonio Machado es uno de los modelos a los que miraron los poetas sociales de posguerra.

2. Generacion de 1936

Asi, se conoce al grupo de poetas formado por Luis Rosales, Gil-Albert, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Ildefonso Manuel Gil.

Esta generacion empezo a manifestarse en 1935, cuando Luis Rosales publica Abril, que reivindica una nueva actitud ante la poesia y la vida. La palabra cobra mayor importancia que la imagen poetica vanguardista. Se busca la sencillez de lo cotidiano como fuente de inspiracion y la transferencia del lenguaje.

Se reivindica lo humano por encima de lo ideologico y por eso el tratamiento de los temas intimos y religiosos (amor, amistad, muerte, Dios).

En la Guerra Civil, unos se adhieren a la casa republicana y otros al bando nacional. Esto supondra la futura division en poesia arraigada y poesia desarraigada, segun Damaso Alonso.

Tras la victoria del bando nacional, algunos que apoyaron al bando republicano se exiliaron. Uno es Gil-Albert con una poesia reflexiva, serena y vitalista. Misteriosa presencia (1936).
Los temas de los poetas exiliados son: la amarga experiencia del exilio y la inspiracion religiosa.

martes, 13 de abril de 2010

JOSÉ OLIVIO JIMÉNEZ / NUEVA POESÍA ESPAÑOLA (1960-1970)

La poesía española entra en la década del sesenta con una conciencia crítica de los efectos negativos sobre ella ejercidos por el predominio de dos principios que, si en su momento pudieron ser necesarios y oportunos, habían acabado por mecanizarse y demandaban ya con urgencia su superación. Uno era el dogmatismo temático de la llamada poesía social; otro, el superficial entendimiento del dictum que identificaba poesía con comunicación. Ambos condicionantes, aunque posibles de operar aisladamente, actuaban en inevitable correlación; y habían mantenido una larga vigencia de cerca de tres lustros. Será justo, sin embargo, reconocer que no es difícil espigar en ese lapso de tiempo poetas que se alzan fácilmente sobre el nivel medio general (para mí lo serían José Hierro, Blas de Otero, Carlos Bousoño, Vicente Gaos, José María Valverde); y ellos habrán de ser a la larga los que permanecerán en la historia tamizada de la lírica española de ese período que algún día se intente (1). Pero mirando el conjunto eran evidentísimas esas consecuencias empobrecedoras hasta aquí sólo aludidas, a saber: estrechez temática (que casi condenaba la indagación poética de los complejos más hondos e íntimos del ser, por ello más universales), y el uso y abuso de una dicción realista (que igualmente ponía en cuarentena los fueros de la imaginación y los valores irracionales del lenguaje poético). La lírica se había acercado al relato o reportaje, o bien al comentario y exposición de ideas; y ambas aproximaciones favorecían sobradamente «esa falta de estilo profundo» que más tarde le diagnosticará con razón Claudio Rodríguez. Todo ello justifica también la difícil entrada que, después de la empresa deslumbrante de la generación de 1927, iba encontrando la poesía española de posguerra en el riguroso lector extranjero; para quien, y no sin causa, lo escrito en verso dentro de España durante aquel tiempo ostentaba una merma de genuina calidad poética de todo punto irredimible.

Primeros tanteos

Los primeros tanteos de esa conciencia crítica pueden datarse en los años que van del cincuenta al sesenta; y por eso a muchos de los poetas a quienes de inmediato me referiré se les agrupa bajo la etiqueta de «generación del 50». No obstante, me parece más exacto configurar con ellos la que aquí llamaremos «promoción del 60» (advirtiendo que en todo caso empleo ambos términos, «generación» y «promoción», en el más lato sentido); pues no es hasta tanto cuando alcanzan una plenitud evidente, no sólo en la realización, sino también en la forja de una definida voluntad poética de estilo y en su lúcida manifestación. El surgimiento de aquella conciencia apuntada se situaría en algunos libros iniciales de poetas por lo general muy jóvenes entonces: Las adivinaciones (1952), de José M. Caballero Bonald; Don de la ebriedad (1953) y Conjuros (1958), de Claudio Rodríguez; A modo de esperanza (1955) y Poemas a Lázaro (1960), de José A. Valente; Áspero mundo (1956), de Ángel González; Metropolitano (1957), de Carlos Barral; Profecías del agua (1958), de Carlos Sahagún; Una señal de amor (1958), de Eladio Cabañero; La agorera, de Rafael Soto Vergés, y Compañeros de viaje, de Jaime Gil de Biedma (ambos de 1959), y Las brasas (1960), de Francisco Brines. Y añadiría, en el gozne de las dos décadas, otros libros importantes de poetas de generaciones anteriores, pero que, en alguna manera, indican en sus respectivas trayectorias una evolución hacia el sentido crítico sugerido, o lo reafirman con la autoridad de sus voces: Noche del sentido (1957) e Invasión de la realidad (1962), de Carlos Bousoño; Cuanto sé de mí (1957) y Libro de las alucinaciones (1963), de José Hierro, y En un vasto dominio (1962), de Vicente Aleixandre. No todos los citados influyen en la misma medida; y tal vez podría afirmarse que Rodríguez, Valente y el Hierro de las Alucinaciones son los que más claramente anticipan actitudes y modos, o marcan una huella detectable a mayor o menor plazo. Otros quedaron, en su momento, como aislados y no comprendidos; o sirvieron sólo de punto de partida de una individual carrera poética, no continuada siempre con igual ventura.

En lo adelante de estas notas, y mediante una simplificación tal vez excesiva, me valdré para esquematizar el cuadro general de 1960 a 1970 de tres antologías; y lo hago básicamente por la utilidad que prestan las poéticas personales en ellas incluidas. Para el que considero primer tempo de estos diez años, me serviré de la titulada Poesía última (Madrid, Taurus, 1963), de la que fue responsable Francisco Ribes, quien, con un criterio sumamente estricto, da entrada a sólo cinco poetas (Eladio Cabañero, Ángel González, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún y José A. Valente); complementada con la Antología de la nueva poesía española (Madrid, El Bardo, 1968), en la que su realizador, José Batlló, amplía más generosamente la representación, siendo diecisiete los aquí convocados; entre ellos algunos muy jóvenes todavía hoy, que por su edad y estética pertenecen ya al segundo momento, o sea, el actual. Para éste, no obstante, me aprovecharé con mayor fruto de los muy recientes Nueve novísimos (Barcelona, Barral Editores, 1970), de José María Castellet. Es obvio que tales esfuerzos antológicos sólo pueden brindar indispensables puntos de referencia, y únicamente en tal función serán manejados.

Poesía última

Por lo pronto, ya el de Ribes (Poesía última) permite comprobar cómo casi al principio de la década aquellos cinco poetas (a quienes, aun con el mayor rigor, sería obligatorio añadir a Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines) daban clara fe de una nueva toma de conciencia ante el fenómeno de la creación poética. Por un lado, liberación del compromiso ideológico mediatizado e impersonal, y consecuente proclamación del compromiso fundamental con la poesía; por el otro, y correlativamente, asunción del ejercicio poético como instrumento de conocimiento y, sólo después, de comunicación. Sobre lo primero, escribirá Sahagún: «No creo que al poeta como tal se le pueda exigir ninguna clase de compromiso, si no es el de su autenticidad.» Valente, en distintos sitios, ha combatido, en formulación que ha hecho fortuna, el «formalismo temático» de la poesía social en sus restricciones dogmáticas. Y Claudio Rodríguez se rebelará a la idea de que un tema justo o positivo sea, en sí, una especie de pasaporte de justicia poética. En relación al segundo punto, vuelvo a Sahagún: «Lo verdaderamente importante, para él [el poeta], es esa afirmación de sí mismo, esa indagación en lo oscuro mediante la cual, una vez terminado el poema, conocerá la realidad desde otras perspectivas.» O a Valente: «el poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador y es, a mi modo de ver, el elemento en que consiste esencialmente lo que llamaríamos creación poética». Y Francisco Brines, coincidentemente, ve en ese afán la dignificación máxima del poeta, «quien, a su vez, es el primer destinatario del nuevo conocimiento». (Como podrá apreciarse, estas declaraciones venían a desmentir ya, por diversas vías, aquel precipitado réquiem del simbolismo entonado por J. M. Castellet en sus Veinte años de poesía española, de 1960.)

Y los testimonios podrían multiplicarse. Pero en períodos vocados al conocimiento en poesía, ha ocurrido a veces, y siempre sobre el apoyo de elaborados sofismas, un peligroso desvío hacia el hermetismo, el solipsismo, y en el peor de los casos, hacia una mera y gratuita gimnasia verbal (no importa que revestida de los más esotéricos ropajes). No sucede así en esta promoción, que no deserta de su compromiso con la realidad ni con el lenguaje solidario, sino que aspira a iluminar, interpretar y enriquecer a aquélla, la realidad, cuestionándola aquí y allá, sin amputarle desde previas posiciones doctrinales. Haciéndose casi portavoz de su generación, Rodríguez definirá la poesía como el intento de «exponer el destino humano en una relación de totalidad con la época en que se produce y con el hombre que la escribe», y forma filas explícitamente entre los partidarios del sentido moral del arte. Esto nos permite contemplar ya la poesía de este momento bajo uno de los prismas que mayor interés ofrece y que, al mismo tiempo, salva su continuidad con la anterior. Se trata, así, de una generación moral; puesto que es el hombre (sus valores, su conducta, su destino, sus enigmas) lo que primordialmente les atrae. Pero es, y ello le concede su mayor originalidad, una generación que no se escuda en una moral convencional y tópica, sino que se acerca a la exploración del mundo humano desde la personal posición de cada quien, por lo cual aporta una nota positiva de novedad, variedad y animación al enrarecido ambiente de la poesía española de posguerra. En principio, se hace más intimista; y al reconquistar el tema amoroso (Cabañero, González, Sahagún, Gil de Biedma, Valente, Brines), pueden algunos abordarlo desde el flanco erótico y tratarlo de un modo inhabitualmente sincero y hasta irónico y cruel. Reconoce la entrada del misterio en la realidad inmediata (Rodríguez, Valente, Brines); con lo que la inquietud metafísica se hace más común que en los años anteriores y, atenaceados por la inescrutabilidad de ese misterio, podrá ocasionalmente desembocar en un nihilismo trascendente, extraño también en la poesía española. Sin perder la noción de la naturaleza temporal y frágil de la existencia, se sentirán, aun los más elegiacos y satíricos, inclinados a afirmar la vida, la hermosura del minuto en su rotunda consistencia (Rodríguez especialmente; pero hasta Valente y Brines, otra vez). Más cogidos en la trampa disyuntiva de la nada y el ser, del vacío y la plenitud, algunos se preocuparán por examinar los instrumentos en posesión de la verdad (Rodríguez, Valente), aportando así una preocupación gnoseológica tampoco frecuente en la lírica de atrás. Y, en fin, como seguirán viendo al hombre en su insoslayable contorno histórico, no rechazarán a priori la legitimidad de la poesía social; pero si la cultivan (González, Gil de Biedma, Valente, Caballero Bonald, Gloria Fuertes, J. A. Goytisolo, Félix Grande) lo harán afinándola en un sentido loable, al despojarla con mayor o menor suerte de su lastre retórico: no será ya aquella cansina salmodia mostrenca, machaconamente modulada por una indistinta masa coral, sino que se hace incesivamente crítica, irónica, satírica y esgrimida desde la intransferible experiencia de cada poeta. La abertura de horizontes espirituales que la poesía española debe a estos años es, como se habrá visto, digna del mayor reconocimiento. Los nombres han tenido que repetirse de uno a otro de los temas resumidos; y puedo hacer constar que las asignaciones son todavía incompletas (y parcializadoras respecto a cada autor en la integridad de su obra).

Estos hombres no buscan su inspiración en la literatura sino en la vida; pero entienden que ella es multiforme, poliédrica, y la abordan desde todos los costados. Sobre esa temática, variada ya desde su misma raíz, esta promoción escribe una poesía que habrá de ser fundamental y fuertemente meditativa. Y expresará esa meditación con un lenguaje más personal y diferenciado, individualmente, que hasta entonces; pero en lo general (salvo algún caso de mayor brillantez expresiva: Claudio Rodríguez) adoptan un decir poético sobrio, más interesado en la eficacia que en la sorpresa. El lenguaje (por pulcro y tenso que en ellos sea, equivalente en consecuencia a menos prosaico y retórico) es sentido todavía como instrumento, no como mensaje; la balanza se carga aún del lado de la reflexión o el pensamiento, y la riqueza de esta promoción hay que buscarla por esta vertiente. No es de extrañar que una figura mayor del 27, Luis Cernuda, cuya obra a partir de la guerra es una austera y honda meditación del vivir humano en su directa experiencia, pudo servir de magisterio ejemplar a la mayoría de estos poetas. En realidad, a ellos se debe esa justísima alza de estimación que ha merecido últimamente este gran desconocido que por tanto tiempo fue Cernuda en su propia tierra.

No hubo programas ni grupos. Sólo les unía la búsqueda de su propia autenticidad, humana y poética; y es por eso que sea aquélla, «autenticidad», una palabra que no casualmente repiten en sus declaraciones autocríticas. Definen así un estado poético de tiempo en el que caben cómodamente nombres de edades muy diversas y de tendencias variadísimas y hasta contradictorias. A los siete a que hubimos de ceñirnos mínimamente, agréguense los siguientes (algunos citados de modo incidental en los párrafos anteriores) y téngase en cuenta que entre ellos hay quienes manifiestan ya una preocupación estilística y una tendencia culturalista superiores al tono medio indicado: Ángel Crespo, Gloria Fuertes, Carlos Barral, Lorenzo Gomis, José Agustín Goytisolo, Fernando Quiñones, Aquilino Duque, Rafael Soto Vergés, Manuel Mantero, Luis Feria, María Elvira Lacaci, Jaime Ferrán (2). Y para que se ratifique cómo, a la vez que de características generacionales, cabe hablar con igual propiedad de disposiciones más ampliamente epocales, piénsese que este segmento cronológico no puede ser historiado sin mencionar, casi con valor arquetípico en algunas de sus motivaciones más importantes, a libros definitivos en las órbitas personales de algunos poetas mayores: Concierto en mí y en vosotros (1965), de Vicente Gaos; Memorias y compromisos (1966), de José García Nieto; Oda en la ceniza (1967), de Carlos Bousoño; Poemas de la consumación (1968), de Vicente Aleixandre, y La trama inextricable (1968), de Juan Gil-Albert. Aun los temas y modalidades expresivas de autores más jóvenes, pero muy personales (Angélica Becker, Juan Luis Panero, Alfonso López Gradolí), arrancan de la poética global del período. Y todavía más: a la concepción prevalente de la poesía como exploración personal de la experiencia humana y al mayor interés por la tensión expresiva, débense revaloraciones poco usuales, como la lograda por la nueva versión, en 1967, de La casa encendida, de Luis Rosales, al cabo de tantos años de su primera aparición en 1949.

Nueve novísimos

Y cuando ya, casi al final de la década, un firme clima poético parecía estar instaurado, surge de pronto la explosión: el segundo momento de estos comentarios, el actualísimo. Se gestaba ya en la salida de algunos libros firmados por nuevos autores, muchos de ellos casi en los inicios de su juventud; y cito aquí los tres, a mi juicio, más significativos: Arde el mar (1966), de Pedro Gimferrer; Una educación sentimental (1967), de Manuel Vázquez Montalbán, y Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero. Pero la promoción como tal se organiza (o es organizada) en los muy cercanos Nueve novísimos, de Castellet, de 1970. Aunque curándose en salud con irónica elegancia, aquel dogmático y profético teórico del realismo histórico de hace sólo pocos años, se dispone aquí a un salto mortal de dimensiones imprevisibles (el cual quizá justifique más cabalmente en un libro por él anunciado, de título que empieza ya a ser muy suyo: Ética de la infidelidad ). Pero ese salto, que de todos modos se le ve ejecutar con el mayor regocijo, es realmente un acto notarial: la presentación de la «ruptura», más que cambio o evolución, que, frente a todo lo que consideran un pasado inmediato conformista y nulo, supone la voluntad poética de sus nueve reclutados (a los tres que acabo de mencionar, añade estos otros, algunos rigurosamente inéditos: Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Ana María Moix y Leopoldo María Panero). Si la anterior pudo ser definida en términos de eticismo, esta promoción lo sería como literaria (y hasta «literaria», aunque desde otro ángulo Castellet les vea como «antiliterarios»), esteticista, aristocratizante, experimental y lúdica. Naturalmente que no puede haber nunca un adanismo absoluto, ya que la originalidad virginal y plena es imposible; y tal imposibilidad viene marcada ahora por el retorno a ciertas formas estilísticas del pasado que pueden servir de estímulo y sostén a las apetencias del presente. Así, sentirán una confesada atracción por la línea superficial y decorativa del modernismo, en lo que éste puede inscribirse dentro del contexto más amplio del Art Nouveau o Modern Style. Intentarán un rescate más total de los valores irracionales del lenguaje, y por ello se volverán a la generación del 27 en su modalidad superrealista. Ostentarán una tendencia al culturalismo (que muchas veces más que prueba de cultura asimilada es rápida muestra de información libresca) y al deseo de hacer literatura sobre la literatura, no sobre la vida. Por esa línea, es bien manifiesto su desvío, y aun ataque crítico virulento, a todo lo hispano peninsular (con alguna excepción notable: el Aleixandre de su etapa superrealista, cuyo directo influjo sobre algunos de ellos ha constatado de muy precisa manera un miembro mismo del accidental grupo) (3), y su atención, como lecturas o fuentes de influencias, a autores extranjeros e hispanoamericanos (Paz, Lezama Lima, Girondo). Y junto a todo ello, tal vez como signo más novedoso y original, incorporación de los elementos del gusto o sensibilidad camp, en trance de crear poéticamente una nueva mitología, inmediata y popular, alimentada por los medios de difusión masiva de nuestro tiempo (4). No todas estas inclinaciones son compartidas en las mismas dosis por cada uno de los nombrados; pero en la mayoría de ellos, en los más extremados al menos, domina siempre un designio de juego, de sorpresa, de oscuridad, de agresión, de rechazo de lo «humano, demasiado humano».

Se trata, en suma, de un desafío, coincidente y condicionado por la actual rebeldía mundial de la juventud. En su lado constructivo, hay que acreditarles su convicción de que «poetizar es ante todo un problema de estilo» (Carnero), su reconquista de los valores de la imaginación y la sensorialidad, y su defensa del trabajo arduo —a extremos de experimentación— de la lengua poética. Los reconocimientos positivos van, así, del lado de la forma; y Castellet se adelanta a acuñar para ellos una feliz fórmula caracterizadora: «La “forma” del mensaje es su verdadero contenido.» Oteando el futuro, uno tiende a interrogarse: ¿Integrarán estos jóvenes su voluntad de estilo, nada desdeñable en sí, con los compromisos hacia la realidad que ennoblecen la obra del poeta? ¿O resultará ociosa tal pregunta si se nos dice y repite que los tiempos del «humanismo literario» han periclitado ya? Es hora demasiado temprana para augurios generales. Claro es que, aun observando lo más incipiente, existe el derecho de las preferencias y el gusto por manifestarlas: las mías irían por la ironía punzante y el lenguaje críticamente desgarrado de Vázquez Montalbán, los poemas más misteriosos y sugerentes de Gimferrer y el coloreado dramatismo («estética del lujo y de la muerte», que podríamos decir con Octavio Paz) del más personal Carnero, el de Dibujo de la muerte. En otros domina aún demasiado el mimetismo, racionalísimo a pesar de la buscada apariencia de irracionalidad, tendente a armar de modo fatal un nuevo academicismo, una nueva retórica (como siempre acaba por suceder en las revoluciones básicamente formalistas). En algunos casos, incluso, se ve demasiado el juego de prestidigitación: el gato por la liebre; y el fastidio puede ser tan abrumador como ante la mala poesía social.

Los novísimos de Castellet van resultando un escándalo. Y tal vez ha sido prematuro: el antólogo no ha intentado un balance de logros, ni siquiera se ha atrevido ahora a profetizar. Se ha limitado a algo así como a montar divertidamente una exposición juvenil de conjunto, a emitir un «esto hay». A algún observador inteligente le he escuchado afirmar cuán útil resulta mover, siquiera sea con algaradas de este tipo, una sociedad literaria con probada aptitud para la inercia como la española (5). De otros he oído decir que esta promoción ha nacido bajo un signo de suerte, por lo que trae de liquidación definitiva del largo tedio que impuso la mecanizada poesía social. Sin negar esto último, no creo, sin embargo, que deban olvidarse los sólidos pasos que ya, en ese camino, había dado la promoción anterior. Por ahora parece dominar excesivamente, en la más joven, el juego y el puro esteticismo. Y los instantes marcados por estos móviles (si refrescamos la memoria veremos que no son tan infrecuentes) son los que de común más pronto envejecen; con el anatema, en la mayoría de las veces, de sus propios actores. ¿Quién desconoce, por ejemplo, lo pronto que se hizo antiultraísta el archiultraísta Borges?

Pero se correría una injusticia cerrando este sumario panorama con los novísimos de Castellet. Otros poetas, igualmente jóvenes, no cortan de tan abrupta manera con los principios de la poética anterior, y a su vez avanzan notablemente en la escrupulosa vigilancia del estilo. Señalaría en esta línea a dos poetas de firme personalidad expresiva: Antonio Carvajal y Antonio Colinas. Si la muestra de Castellet pudo ser rebatible en cuanto a la selección, no se han hecho tardar posibles rectificaciones. Los dos recién citados, además de Gimferrer y Carnero, junto a otros cuatro (Marcos Ricardo Barnatán, Antonio López Luna, José Luis Jover y Jaime Siles) irán a reunirse en una nueva antología que parece tener ya preparada, según noticias periodísticas, Enrique Martín Pardo (6). Y aún quedarían poetas que, por sus edades o por sus temáticas y tonos, son algo difíciles de situar. Entre éstos, extraigo los dos de la «Antología de la nueva poesía española» de Batlló que hasta ahora no hemos tenido ocasión de recordar: Joaquín Marco y José-Miguel Ullán. Sé que muchos nombres se quedan. De todos, nombrados o no, sólo el tiempo dirá lo que habrá de permanecer. No se olvide que cerca de veinte años han hecho falta para admitir el casi naufragio que fue aquella «Antología consultada» de 1952, tan representativa, sin embargo, de aquella época.

Por lo pronto, el momento presente de la poesía española (y me refiero concretamente a la escrita dentro de la Península; incidiendo en el error, por razones de espacio, de ni poder aludir a la obra última de Jorge Guillén y de Rafael Alberti, entre las omisiones más impugnables) es del mayor interés. Un poeta mayor, Vicente Aleixandre, sigue en plena lozanía creadora, ratificada por sus recientes Poemas de la consumación y por sus Diálogos del conocimiento, aún en proceso. De los poetas surgidos en la posguerra, pocas resonancias de significación nos llegan, con la salvedad de la labor ininterrumpida en crecimiento y calidad de Carlos Bousoño. (Es significativo hacer notar cómo los nuevos aires estéticos han propiciado el abandono consciente de los rasgos más caedizos del «celayismo», asumido por el propio Gabriel Celaya en sus entregas últimas; y, para que no parezca olvido, digamos que la publicación por Blas de Otero en 1964 de Que trata de España, si interesante como muestra de su estilo último, poco añade en verdad a su obra y a la dirección por ella representada.) Una promoción (la del 60: González, Valente, Rodríguez, Gil de Biedma, Brines), madura ya en su juventud y definidora al cabo de lo más valioso y caracterizador de la década, avanza en ese empeño de conocimiento integral de la realidad y del hombre, mediante el honrado ejercicio poético y un lenguaje de gran eficacia y diferenciación expresivas. Otra, más joven, proclama una renovación convulsiva, temática y formal, de radicalísimo alcance. Algunos toman, con discreción y para su riqueza, de ambas actitudes. Habrá que esperar la sedimentación de ese siempre necesario revulsivo de la juventud. Habrá que esperar las mutuas influencias generacionales, de arriba abajo y en sentido contrario, tan beneficiosas las unas como las otras. En pocos instantes como el nuestro, el panorama lírico español posterior a la guerra civil se ha presentado tan lleno de nobles y apasionadas tensiones, de saludable dialéctica interior; por ello mismo, de esperanzas. En tanto, la más hermosa realidad es haber superado literariamente la «posguerra», con todos sus imperativos extraestéticos bien conocidos y justificables en su día, pero imposibles de ser llevados más allá. Y esto equivale a arribar a la certeza de que es limpiamente el hombre en su sentido integral (español, universal, y hasta cosmopolita, a un tiempo) el autor y protagonista de la aventura poética. Y de que ésta se emprende desde la poesía, esto es, con un seguro dominio de sus deberes, pero también de sus instrumentos, aspecto este último un tanto olvidado. Con los años, el «saldo» positivo de los hoy más jóvenes habrá de verse, sin duda alguna, como un paso importante en esa ascensión de objetivos y de calidades. Lo más estridente de sus maneras, aquello que explica el que tan de cerca les veamos como responsables de una ruptura, irá limándose, suavizándose, afinándose. Y, como siempre, entre la ganga quedará sólo lo auténtico. La ruptura terminará integrándose en la evolución; el grito devendrá voz; la rebeldía, ley. Desde luego, ley transitoria; para bien del dinamismo salvador de la poesía.

JOSÉ OLIVIO JIMÉNEZ

(*) Por su pertinencia, reproducimos en este cuadernillo este artículo de José Olivio Jiménez, aparecido en Ínsula, núm. 288, noviembre 1970, pp. 1 y 12-13. Los epígrafes son nuevos.

(1) También desde nuestra más actual perspectiva, ciertos esfuerzos aislados y aun efímeros de aquellos años han comenzado a contemplarse bajo más favorecedora luz desde ciertas direcciones de la crítica. Por ejemplo, el postismo, de 1945, con Chicharro Hijo y Carlos Edmundo de Ory: y en relación con aquél, la revaloración de la obra lírica de este último emprendida, entre otros sitios, por Félix Grande en su prólogo al libro «Poesía, 1945-1969», de Carlos Edmundo de Ory (Barcelona, Edhasa, 1970); la escuela poética cordobesa, de signo formal y esteticista, con Ricardo Molina y Pablo Garcia Baena a la cabeza; y algunos poetas que, por su cuenta y a contracorriente, se adhirieron a la tradición surrealista en un momento de realismo a ultranza, como Gabino Alejandro Carriedo y Miguel Labordeta. a los que por ello José Batlló, en su antología a que más adelante habré de referirme, considera «como los dos precursores de la poesía que había de alcanzar su plenitud casi quince años tarde» (p. 20); y quienes, en palabras de J. P. González Martín, cumplen «la función de nexo entre ellos [los más jóvenes] y la generación del 27». Vid. J. P. González Martín, Poesía hispánica, 1939-1969. Estudio y Antología, Barcelona, El Bardo, 1970, p. 60.

(2) Aquí las omisiones son injustas pero inevitablemente superiores a las menciones. Un índice relativo de la joven poesía podría constituirse a partir de los favorecidos durante estos años por el premio Adonais (que de modo lamentable no ha mantenido últimamente el alto nivel a que nos tenía acostumbrados). Entre aquéllos, sin embargo, destaco a Mariano Roldán, Jesús Hilario Tundidor, Diego Jesús Jiménez y Joaquín Benito de Lucas.

(3) Vid. Vicente Molina Foix, «Vicente Aleixandre: 1924-1969», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, núm. 242, febrero 1970.

(4) Alguien ha comentado que el camp se ha conocido en España por correspondencia. Y es así natural que la lectura de estos jóvenes arroje una ausencia de ingenuidad y de frescura, notas que han de ir indisolublemente unidas a aquella forma de sensibilidad. Juegan más bien (utilizando la terminología de Susan Sontag) a ser camp, esto es, cultivadores del camping, forma conscientemente imitativa del camp auténtico y por ello sólo satisfactoria cuando más. (Sobre este particular punto, vid. Susan Sontag, «Notas sobre Camp», en Contra la interpretación, Barcelona, Seix Barral, 1969, pp. 330 y 332). Por otra parte, de más está decir que esa falta de inocencia y espontaneidad es inherente a todo hombre culto (y estos jóvenes no pierden oportunidad de demostrar que lo son en superlativo grado). Lo que resulta curioso es que algunos de ellos se jacten de practicar el camp puro sin darse cuenta de que tal cosa les es absolutamente imposible. Esta miope autoatribución (ella en sí misma camp de la mejor ley) es una triste consecuencia más de la deformación a que puede conducir el esnobismo, puesto que de inteligencia y alerta espíritu crítico no carecen en modo alguno.

(5) Claro que también, detrás de todo, está la ayuda prestada por la industria catalana del libro... y de la publicidad. Casi reproduciendo a alguien poco sospechoso de anticatalanismo, pueden utilizarse para este caso las palabras de Joan Fuster (aplicadas en otro contexto no muy desemejante) y dudar si este no será «un episodio más de la juerga intelectual barcelonesa».

(6) Acaba de publicarse con el título Nueva poesía española.